Día de la mujer pluriempleada


Hoy 8 de marzo se conmemora el día de la mujer trabajadora, pero el problema de la mujer subsiste y subsistirá mientras a la mujer se le atribuya la maternidad como valor máximo de su existencia y recaiga sobre ella el peso de los hijos.
La mujer es educada desde pequeña a aceptar el sufrimiento como algo inherente a su condición femenina. La menstruación le recuerda cada mes que su cuerpo se prepara para la maternidad y debe estar en vigor todavía el olvidado día de permiso al mes por causa de esa “indisponibilidad”. La religión continua siendo esa tela sutil  que todavía envuelve a la sociedad y en la que la mujer aparece como redentora de su "pecado original" teniendo "hijos con dolor" (que ahora resulta paradójico cuando la mujer también se gana el pan..."). El parto natural aparece como la panacea para la salud, ahora reivindicado también por el "new age". 
Ese papel de “mater amantísima” que comporta abnegación y conformismo y como colofón una moda que la convierte muchas veces en "fashion victim". 
La cultura asigna roles y estos piden diferenciados comportamientos a uno y otro género. Estas actitudes según algunos estudios, responden a la diferente utilización de áreas de nuestro cerebro, pero muchos de estos estudios son de baja potencia estadística o con deficiencias metodológicas, por lo que no resultan demasiado significativos. Hay algunos sobre la inteligencia como éste de El País,  donde se llega a la conclusión de que: 
"No hay dos cerebros iguales. La variabilidad en los cerebros humanos es un problema que complica los estudios en neurociencia, ya que para comparar hay que buscar una media,una referencia, y esta es muy difícil de establecer. Ni siquiera los cerebros de los gemelos univitelinos son idénticos" 
Nuestra cultura se ha encargado de homogeneizar comportamientos por sexos y mientras que para el varón son valores la agresividad (ser un macho), la beligerancia, la competitividad, el escalar profesionalmente, reprimir sus emociones, la fuerza e incluso la altura; para la mujer todavía responden a la sumisión, al “sacrificio”, a la resignación, al llorar y exteriorizar sentimientos y a aceptar el sufrimiento incluso en la moda, que tiende a ser un reclamo resaltando y potenciando sus rasgos sexuales.
Mientras al varón se le dirige al mundo del trabajo, a la mujer se la sigue dirigiendo a la maternidad como valor máximo (no enseñan a nadie a disfrutar del ocio)
El condicionante social de los roles puede ocasionar duros conflictos tanto a un sexo como al otro. Varones acomplejados e incapaces de demostrar afectos, dolidos por tener salarios inferiores o humillados por estar con  mujeres con más "carácter"o mejores profesiones, frustrados por su falta de beligerancia o por su “exteriorización de sensibilidad”. Mujeres “masculinizadas” por el hecho de ser competitivas, mujeres que consienten actitudes de dominio como actos de amor, mujeres rebeldes que pagan un caro precio por su intento de ser consideradas y que se les cuestiona su capacidad por el simple hecho de ser mujer. Pluriempleadas que no ceden su vez en el cuidado de los hijos y que corroboran lo que socialmente se pretende; que sean ellas quienes sigan soportando el peso de la atención de los hijos, de los padres y de los maridos. Madres omnipotentes y omnipresentes, eficaces y activas pero que ocupen el puesto que socialmente se les ha atribuido.
A pesar de la pretendida igualdad educativa entre los sexos, no hay como observar los patios escolares y ver como se dividen en grupos de niños y niñas para darse cuenta de que algo pasa. Y cómo los juguetes o las aficiones son encauzadas socialmente a esos roles antes mencionados. Juguetes bélicos o agresivos para niños y muñecas y juegos de escobas, cocinitas y supermercados para niñas, amén de disfraces de “princesas” o “reinas”. La educación la hace la familia nuclear , con padres apoltronados en sofás o ante ordenadores o cónsolas y madres en la cocina. Con familias muchas de las veces desestructuradas, incluso con el padre alcohólico y con maltratos que se dan por sabidos y se aceptan, por ese temible "lavar los trapos sucios en casa" o esa subordinación y obediencia jerárquica. Esto ocurre con abuelos y resto de familia con las que el niño convive o revive en series y dibujos (familia Simpson) en los que se repiten habitualmente estos comportamientos.
Si una mujer es más agresiva tendrá que luchar más para ganarse un espacio reservado a ellos, ya que la verán como una intrusa y siempre con la espada de Damocles cerniéndose sobre ella de sus posibles maternidades.
Es curiosos ojear los BOE y comprobar lo habitual que es pedir excedencia por cuidados de hijos a altos cargos femeninos, mientras que no se encuentra ninguna que sea un varón quién la solicita. Las carreras profesionales femeninas exigen o mucho dinero o mucha familia dispuesta a asumir a los hijos (abuelas o abuelos) o simplemente renunciar a la maternidad. 
La asignación de la maternidad a un instinto es una falacia. Los instintos son mecanismos de los que dispone una especie para garantizar su continuidad, o bien protegiendo a las crías para que lleguen a su estadio adulto (de conservación de la especie) o bien para procrear, garantizando así su pervivencia y dándose en todos los individuos de la especie.
El lenguaje ha sido el elemento distorsionador de tales instintos. Fue cuando se bajó de los árboles para volverse bipedestre que el hombre empezó una nueva era de comunicación y emergió la cultura como elemento diferenciador. Esa cultura los fue desposeyendo de esos instintos. A pesar de ello, se conservaron ciertas actitudes que todavía afloran cómo recuerdo de su pasado.
Los estros de las mujeres no son evidentes, por lo que la sexualidad se ha desvinculado de la procreación, convirtiéndose en un medio de acercamiento y comunicación. Los restos del estro femenino dejan tan solo un débil rastro de repcepcionalidad en la mujer, que pasa inadvertida para el hombre y por lo tanto no están ya ligadas las relaciones sexuales con la fecundidad, convirtiéndose principalmente en un medio de acercamiento y cariño. Para las mujeres la sexualidad es una forma de comunicación en la que el principal motor es el afecto (eso no quiere decir que renuncien al placer) y en la que los ritos tienen una notable trascendencia. Para la mayoría de varones (evidentemente, no todos) el sexo continua siendo una reminiscencia de ese instinto sexual descontextualizado. 
La necesidad de procrear no existe como especie, existe como individuo y acostumbra a aflorar más en la mujer que en los varones y por lo tanto ha perdido su carácter instintivo (ya que para ser instinto debe darse en todos los individuos de la especie).
En cuanto al cuidado de la especie, debiera darse también en ambos sexos y no asignársele a la mujer por el mero hecho de su maternidad biológica. Existen mujeres que no poseen esa tendencia maternal e incluso se han llegado a crear centros dedicados a fomentarla. También se da el caso de hombres que desean tener hijos, pero raramente se sentirán con la frustración que despierta en algunas mujeres el no tenerlos. De todas formas los hijos muchas de la veces vienen a cubrir ese vacío que conlleva la rutina de una pareja, en una sociedad cuyo máximo aliciente es el consumo desmesurado. También tenemos que recordar que el reconocimiento de los hijos por los padres es un hecho relativamente reciente como el amor. Los homínidos cuentan con una antigüedad de unos 6 millones de años y el Homo sapiens unos 200.000 años. La paternidad pasó inadvertida y solamente se reivindicó cuando hubo una herencia que trasmitir, no antes y tan solo en las lineas de sucesión patrilineal.
El hecho biológico no es el que determina el cariño, están los hijos adoptados y existen innumerables casos de padres cuyos hijos no son biologicamente suyos y jamás han apreciado la diferencia, es más ni lo han sabido  (es ahora que existen la pruebas de ADN) La historia da innumerables pruebas de ello.
La necesidad de perpetuar los genes es lo que demandaba el exigir “virginidad”, ahora ninguna importancia debiera tener.
Ciertos estudios científicos apuntan que el mal llamado “instinto materno” es producido por un cambio hormonal que se genera cuando se tiene un hijo. La oxitocina  prepara el camino para la atención al recién nacido, despierta esa "sensibilidad" que alerta de cualquier peligro. Esta hormona también es segregada por el padre cuando está al cuidado de su hijo.
Posiblemente en algunos casos “la función cree el órgano” o mejor dicho la hormona.
Tal vez la crisis y el paro hagan que el varón se vaya acercando y asumiendo tareas hasta ahora "femeninas" y quizás entonces se sensibilicen del problema.  



Pero aunque la mujer gane un espacio, tendremos que intentar que ese espacio que consiga sea el de ser humano liberado y en esa lucha estamos todos. De no ser así, de nada servirá que la mujer llegue a ministro o que pueda ser ella quien se siente en el sofá si seguimos explotados.
La mujer no debe soportar más el pluriempleo a que se ve sometida, sin guarderías, sin horarios compatibles, con los peores salarios y con el convencimiento de que debe apoyar al varón. 
No hay nada más que ver la descripción que hace  el Libro Verde europeo de Seguridad Social del papel que tenía la mujer (Puntos 2.1 y 2.2) y las propuestas que se hacen al respecto.  Existe el peligro de que la mujer agotada renuncie, se refugie en sus hijos y hasta deje de llevarlos a la escuela y que vuelva al papel de ama de casa que nunca ha abandonado y sea una asistencia sanitaria y social barata. 
Tendrá que cambiar la sociedad para que pueda haber una educación liberada de mensajes que conlleven la asignación de un rol. Que sigan encasillando a los sexos y cuyos modelos a seguir no sean una "Belén Esteban" o una "Ana Rosa Quintana". Que el fútbol deje de ser más que un club y que los varones busquen relacionarse socialmente, pero no con muchas copas en un bar y una pantalla panorámica para ver el partido. Que los valores morales no sean los de una religión, sino los de uno mismo. Que la ética no se deje para otros. 
No solamente tendrán que desaparecer los roles en aras a una igualdad, tendrán que desaparecer en aras a una adaptación a las capacidades de los individuos al margen de su sexo. Entonces podremos hablar al fin de la mujer trabajadora y celebrarlo.

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