Lo difícil de un adiós


Plaza del Ayuntamiento de Valencia

Hoy no he paseado por veredas ni caminos, estoy deshecha de hospitales donde corre deprisa la muerte y lento el dolor y el sufrimiento. Trajín de caras angustiadas y semblantes inciertos, macilentos, heridos de soledad y de miedo, espectáculos siniestros de esta vida que corre a la par de esa cotidianidad que deshace los días. Esto es otro mundo, otra cara de ésta nuestra vida o muerte o roce cercano con ella que espanta y ahuyenta como un alarido sordo que ruge en nuestro interior.
Hay camas movidas por diligentes enfermeras, médicos ausentes con estetoscopios y cansancio. Unos policías hablan de sus cosas en un cambio de turno, al lado el esposado -no a su esposa- sino simplemente maniatado, cabizbajo y herido con seguridad por la vida. Nombres y nombres a la espera de que suene el conocido, un sobresalto y no es ese, como en un aeropuerto atentos al aviso de un viaje aún sin destino. Desasosiego de quien sufre sin saber aún que es lo que le espera, que ahora tan solo es calmar su angustia y su miedo, el dolor los ha despojado de composturas, se ha llevado sus sonrisas y se contienen asustados y expectantes. De nuevo un nombre y arrastran a un lugar ignoto la silla o la cama y de nuevo a la espera. Alegres coloquios entre familiares que ya no sienten el dolor ajeno por cansancio o por rutina. Miradas ausentes de otros cercanos aún el cariño, se mueven inquietos con la congoja que da el no saber, éstos no hablan, se miran, entrelazan sus manos, amantes, hijos o hermanos...quién sabe. De pronto un nombre que es el mio pero no soy yo sino de otra Olimpia, mi tía -ahora cercana- y me dicen que esperemos y pienso para qué de todo esto si estaba tranquila. Por qué la gravedad si ya no tiene presente sino un pasado que la ahoga. Mi tío ajeno a todo, con la parsimonia de la edad y de estar acostumbrado a esto. -Es mi deber y mi conciencia haber hecho lo posible- dice. Qué deber es este que no entiendo. Pasan las horas y se suceden nombres. Caras serias y temerosas, semblantes sollozantes, popurri de etnias.
Son las dos de la mañana y al fin oímos su nombre-el mío y tras lineas azules que se tuercen y giran por sinuosos corredores se encuentra ella, de sonrosadas facciones, con los ojos cerrados y durmiente. Desvencijados los brazos y piernas como los de una marioneta caída y sin fuerza. Las manos azuladas llenas de cables, susurra algo que no se entiende y cierra de nuevo los ojos. Llegamos a una habitación pequeña con dos camas y otro enfermo al que despiertan y al familiar que mal duerme recostado en una butaca.
Por la noche dice que se muere, llama a su marido y reza. Por la mañana pruebas y más pruebas se suceden y al final llega triunfante el equipo médico con sus lacayos-estudiantes. No saben pero es una anciana...Y está grave...Tiene todo y nada.
Mi tía me dice que tiene miedo, que le da miedo morir y continúa con letanías de avemarías como en un rosario. Le digo a mi tío que la rescatemos, que nos la llevemos a casa y mi tío dice que no puede que es su obligación moral...
Mi tía se queja, dice que se muere... le tomo el pulso y su latido cesa de vez en cuando o se repite rápido, busco a la doctora y por casualidad la encuentro y me dice que es normal en su estado y que también es normal que se encuentre mal, que le dará un analgésico. Mi tío dice que habitualmente no se queja, -se quedó con su dolor de niña huérfana y madre huérfana de hijo, que se mató hace unos años en un accidente automovilístico-

Ayuntamiento de Valencia

Mi tío es médico o lo era porque ya no recuerda nada, incluso creo que se ha olvidado del dolor.
Miro a mi tía y me reconoce, le enseño mi anillo que sabe que era de su madre y dice que se acuerda que me lo regaló ella y que se acuerda de mi padre. Le hablo de él, le cojo la mano inerte y le digo que no tenga miedo...
Mi tío me dice que no le hago falta, que con la muchacha que se ofrece -cobrando- a venir por las noches tiene bastante y  mejor que me vaya, que no me necesita. Al resto de familiares les dice que está mejor y que no hace falta que nadie venga. Que me agradece mi presencia, pero que él es muy raro.
Ahora la dejo postrada en esa cama y sé que no la veré más, la dejo como a una niña indefensa. Veo en sus ojos y en su frente a mi padre, a mi abuela, a mis tíos... Recuerdo a mi madre y la soledad de su muerte en una UCI. Ahora duerme.
Cogí el tren arrastrando mi pena y hoy ya en casa miro a mi hija menor y descubro facciones...Pienso si algún día serán iguales...


Valencia se prepara y alerta ya sus luces y las tiendas se engalanan de sus ricas vestimentas. Se oye tocar tras las puertas cerradas de algunos locales. Adiós Valencia volveré otro día a reconocerte.

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