¡En qué país vivimos!



Frente a frente en el puerto para yates de lujo de Barcelona.




Nos movemos por emociones, por esos sentimientos irracionales que afloran y hermanan como en el fútbol, en una secta, en un partido o en los terribles nacionalismos.
Lo irracional mueve a las masas y a lo irracional no se le combate con la razón, es imposible. Si no hay una brecha para el diálogo, solamente se aceptan los argumentos dentro del “sesgo deconfirmación” y lo demás caerá en saco roto. La irracionalidad sabe de teorías conspiranoicas, esas que se admiten al margen de cualquier dato científico o razonamiento que es automáticamente considerado escéptico y vendido al capital, y que va arraigando en lo más profundo.
En este contexto llegan los mensajes de los medios de comunicación y especialmente la televisión, que deja sus voces y coloridos que acompañan la soledad cotidiana. Sexo, machismo, violencia..., mientras se incita al consumo y más consumo. Programas basura de todo tipo: infumables programas del corazón en los que la gente envejece con sus tertulianos, una versión light de los “subasteros” en las que los morosos son criminalizados u otra en la que los objetos son desposeídos de su historia y del valor sentimental que acumulan; cazadores de recompensas, buscadoras de maridos millonarios, series en la que tomarse la justicia por su mano enaltece, series de policias malos, series de abogados indecentes, documentales que relatan la historia de una forma tendenciosa y torticera, documentales de catástrofes varias,  series en las que todos son ricos, guapos, con trabajos liberales y grandes mansiones, series de vampiros o asesinos sanguinarios con violencia y sexo, que es lo que vende. Nos enseñan como viven, como se divierten los millonarios para que la felicidad pase por esto (el anuncio de la ONCE). Noticias a doquier copiadas de la misma agencia y en las que vomitan odio y crean opinión manipulando la información.
Somos un pueblo cuya historia reciente habla de represión y muerte; el golpe del 23 F, consiguió su cometido, el no cambiar nada para que nada cambiase y así se sigue el miedo, miedo heredado ya de nuestros padres.
El inmovilismo nos invade y es campo abonado para los depredadores ideológicos.
Así estamos todavía, gobernados por el PP que llegó culpando a los socialistas, que no fueron mejores, y así se van turnando y pasando la vez desde la constitución de 1876 (con el impasse que supuso la dictadura de Franco). Esos socialistas que, con cuatro leyes “progresistas”, desviaron nuestra atención mientras saqueaban nuestra sanidad, nuestras pensiones, nos vendían el patrimonio y nos volvían a vender a los americanos como en la época de Franco; entonces por unas cuantas bases y ahora por un escudo antimisiles volviendo al “Bienvenido Mister Marshall”.
Y los que volvieron, esos señores del PP, que abren los brazos esta vez a Obama y que nos han armado hasta los dientes y que con su líder, que parece salido de un guiñol, han continuado con lo mismo o más.
Enzarzados en discusiones de taberna cuando sabemos que se trata de más de lo mismo. El terrible espectáculo de una izquierda agonizante que entremezcla populismo y neoliberalismo y que se diluye como sus siglas.
Y mientras la crisis se ceba en los deprimidos, los independentistas catalanes ven llegado el momento de crispar a sus ciudadanos con falaces promesas.

¡En qué país vivimos!


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