¿Personas tóxicas? ¿Quiénes?
Está muy en boga en la psicología
moderna (norteamericana) el alertar sobre las personas “tóxicas” (queda claro en este artículo),
entendiendo que estas personas “roban energías”. ¿Quién debe
calificar a una persona como “tóxica”? ¿Cómo se sabe quién es
la víctima y quién el verdugo? No aconsejan el alejarse de gente
insolidaria, de gente sin inquietudes, de gente inmoral y deshonesta,
de gente corrupta; estas al parecer no son un peligro.
Unas consignas que son un exponente claro
de los postulados con el que el neoliberalismo impregna la sociedad
de egoísmo.
La persona “tóxica” no entiende de
parentescos ni de amistades, se la cataloga sin miramiento alguno
cuando puede suponer un “desequilibrio” a la seguridad personal,
esa que se aferra a impulsos y que no admite diálogo alguno por
miedo a que desestabilice esa seguridad cogida con alfileres y que no
permite autocrítica alguna. Da igual que esa “toxicidad” sea
motivada por un problema psicológico, por una enfermedad que
necesite de ayuda o por un problema personal grave; da los mismo
porque debe uno alejarse y no escuchar. Así, se va aislando al
“problemático” y uno se rodea de personas alegres, sin
problemas, con mensajes “positivos” y que hablen del tiempo.
Se ha de dejar de lado a familiares
molestos, esos que se atreven a hacer alguna crítica u observación
aunque sea un padre o una madre, nada de comprensión o análisis de
lo que nos dicen, a condenarlos al más terrible de los aislamientos
(mobbing) sin diálogo alguno, avisando a los allegados de su
peligrosidad para que hagan lo mismo. Nada de empatía porque
acarrearía abrir una brecha a sus convicciones; esa brizna de
sensibilidad la guardan para enternecerse con imágenes de animales
desvalidos. Nada de enseñar a tener seguridad o autoestima, es mejor
desprenderse de los conflictos.
A dejar a los amigos que con sus
planteamientos pudiesen hacer tambalear las posturas egoístas e
insolidarias; nada de diálogo, a dar media vuelta y buscar la compra
compulsiva que gratifica más o el deporte en solitario que evita la
competitividad. A aceptar solo a aquellos amigos que hablan de cosas
intrascendentes y que nos envían mensajes energéticos o escenas de
crías o de humanos que despierten el impulso materno. Eso
sí, a aceptar “carácteres” despóticos por el “hoy por ti,
mañana por mi”, a considerar el
sentido de la propiedad y los celos como un acto de amor. Se busca cualquier emoción
que haga segregar serotonina, dopamina y endorfinas y que nos invada
la felicidad.
Nada de planteamientos políticos, mejor conversaciones intrascendentes que no quiten el sueño y huir de cualquier noticia que pueda alterar nuestra inestable tranquilidad. Pensar que las guerras, el hambre y la miseria, están lejos de nosotros y no pensar en ello porque afecta. Aprovechar la vida que es maravillosa y llenarse de energía vital a pesar de no tener futuro, trabajo, sanidad pública, ni pensiones el día de mañana.
La familia es el núcleo
fundamental de las relaciones humanas (y del capitalismo) en la que se sabe que siempre se será acogido (y mantendrán si hace falta), que defenderán a ultranza actitudes o acciones de sus miembros. Así en la escuela primará la familia al criterio del
docente, en las relaciones sociales se apoyará sin discusión alguna
al familiar implicado y un largo etc. Todo el mundo en su casa y los
trapos se lavan dentro. Esta estructura tan cerrada aisla al que no tiene familia y lo deja totalmente desamparado y solo.
Existe una concatenación de grupos a los que se pertenece que se categorizan de acuerdo con la cultura en la que se esté inmerso y que se rigen por los mismos principios de cohesión. Así los miembros de una iglesia, los socios de un club de fútbol, los habitantes de un pueblo, de un país, los miembros de una secta; los pertenecientes a una etnia, a una religión, a un partido, a un sindicato... La pertenencia al grupo da seguridad y potencia la emoción que llega a cegar y caer en el fanatismo.
Pero pregunto, ¿dónde está el ser humano? El que la
evolución dotó de una desarrollada corteza prefrontal que le
permitió controlar sus emociones, que pudo tener conciencia de si mismo y
razonar.
Seguimos dejándonos llevar por la
amígdala, por nuestro cerebro ancestral, aquel que es el responsable de
nuestras emociones primarias, el que nos ayuda a prevenir el peligro,
a protegernos del dolor, que desata nuestra libido...
Somos seres sociales, con cerebros
evolucionados y nos conformamos con emociones primarias. El sexo y la
comida siguen siendo las máximas satisfacciones y no precisamente
para conservar la especie o continuarla.
La neurociencia nos abre un universo de conocimiento. Comprendemos cada día más el funcionamiento de nuestro cerebro, pueden observarse los circuitos que conectan nuestras neuronas, se sabe de su plasticidad y la posibilidad de cambiar comportamientos.
Pero las investigaciones en neurociencia se dirigen al
neuromarketing y saber de qué manera potenciar el consumo, se profundiza en saber cómo
superar el miedo y que los soldados puedan sin angustia matar, pero
no se aplica en enseñar esa inmensa satisfacción humana que
produce razonar y convivir, no se educa en el esfuerzo, en el control
de la ira, en la inmensa emoción que produce el preocuparse por los
demás. Parece que interesa que no pensemos y que sigamos siendo
insolidarios y egoístas. ¿Personas tóxicas? ¿Quiénes?
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